Garilio estaba acobardado: Clorinda, la amiga de su mujer, estaba ofreciendo su amor con sexo y todo y él ahí, que no podía creerlo.
—¿Usás anticonceptivo? —se atrevió a decir.
—Ya no necesito, querido. ¿Cómo se dice en la jerga? A mi edad sería un milagro japonés que de este jamón —se tocó un glúteo– parta un músico de jazz. O algo así.
—Más miedo me da —pronunció trémulo él.
Y por cierto que tenía razón de tener miedo. La amiga de su mujer estaba tomando fotos de la situación. Al fin, se tumbó sobre la cama y cerró sus ojos. El primer beso de ella supo a limón, pero era por el mojito, después todo fue más dulce hasta que su mujer vio los documentos, que Clorinda tomó con filtro sepia, para no avergonzar demasiado a Garilio.
Acerca del autor: Héctor Ranea
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