—Arruinaste mi novela —protestó el escritor; estaba muy enojado.
—No me hubieras creado —respondió el personaje con displicencia.
—¡Soy el dueño y señor de mis ficciones!
—No tanto, pero en ese caso no habría nada de qué preocuparse, ¿no es cierto? —El personaje se levantó y se dirigió hacia la salida.
—¡Un momento! Negociemos.
—No hay nada que negociar. Me creaste con determinadas características; no puedo contrariar mi naturaleza. Y mi naturaleza es tu elección.
—¡No tenías derecho a contar el final de la obra cada vez que aparecías en escena!
—Estás pasando por alto un detalle esencial: en tu novela soy Drafenón, el mago: hechicero y augur, alquimista, nigromante y cabalista. Predecir el futuro es mi talento, pero también mi carga. Y ahora predigo que para eliminarme no tendrás más remedio que arrojar al fuego el esfuerzo de tres años.
—¡Soy el dueño y señor de mis ficciones!
—No tanto, pero en ese caso no habría nada de qué preocuparse, ¿no es cierto? —El personaje se levantó y se dirigió hacia la salida.
—¡Un momento! Negociemos.
—No hay nada que negociar. Me creaste con determinadas características; no puedo contrariar mi naturaleza. Y mi naturaleza es tu elección.
—¡No tenías derecho a contar el final de la obra cada vez que aparecías en escena!
—Estás pasando por alto un detalle esencial: en tu novela soy Drafenón, el mago: hechicero y augur, alquimista, nigromante y cabalista. Predecir el futuro es mi talento, pero también mi carga. Y ahora predigo que para eliminarme no tendrás más remedio que arrojar al fuego el esfuerzo de tres años.
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